Fondo Balbino Dávalos

del Archivo Histórico del Municipio de Colima

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1910.Diciembre,15.
Correspondencia privada de 1910-1914.
Colección de copias mecanografiadas de la correspondencia dirigida por Balbino Dávalos a autoridades y particulares, desde el 10 de diciembre de 1910 al 23 de febrero de 1914.
A Victoriano Salado Álvarez, dándole el pésame por la muerte de su padre: “Lamento infinito la pesadumbre que sufrió Ud. al regresar, lleno sin duda de satisfacciones y alegría, al amor de su casa. ¡Qué se va á hacer! Nunca faltan penas y mucho es ya que no se nos acumulen. Deseo, por doloroso que le haya sido, ya que al fin es motivo de consuelo, que haya tenido Ud. tiempo de cuidar á su padre en sus momentos supremos”.
A continuación alude a una “carta recriminatoria” remitida a París y luego pregunta: “¿No volverá Ud. pronto y definitivamente á Europa? Cierre los ojos y á Noruega tan espléndidamente dotada. Allí la vida es cómoda y barata, se lo digo con experiencia. México será el lugar más propicio para que acumule caudales, pero ¿no valen más la libertad y bienestar personales? Usted es, ante todo, un literato; nada habrá de satisfacerle jamás como el cultivo tranquilo de su arte, y la Escandinavia le prodigaría riquezas intelectuales inagotables” (img. 2).
Recibos extendidos a Tesorería General de la Federación, fechados el 30 de septiembre, 1º y 8 de agosto de 1910 (img. 3-6). Dirigiéndose a un amigo, en misiva fechada el 3 de enero de 1911, alude a una “larga carta” que éste le escribió al Hotel Braganza, que “jamás llegó á mis manos”.
Espera encontrarse con él en París y, dice, “probablemente me hospedaré en el Terminus de S. Lazaro” (img. 7-8).
Al ministro de México en Viena Gilberto Crespo y Martínez: le envía saludos por año nuevo y le agradece “mucho la bonita medalla del Centenario [ de la Independencia] que tuvo la bondad de obsequiarme y que conservaré con el doble recuerda de lo que significa y de que me ha venido de Ud.”.
Le expresa también su alborozo porque Crespo viajará pronto a Lisboa “como enviado especial de nuestro Gobierno” y se pone a sus órdenes para recibirle y hospedarle. A renglón seguido comenta la situación de Portugal, la convocatoria próxima a elecciones y el improbable retorno del rey depuesto (img. 9-10).
El 4 de enero del mismo año 1911 escribe a Fernando Matty, vicecónsul de México en Amberes, Bélgica: se excusa por no haberle contestado antes por razones de salud y le felicita por el nuevo año; luego dice: “Como habrá visto Ud. se creó en Noruega un puesto de primer secretario, sin duda otorgado de antemano á alguna persona determinada. Si esa Legación, que iba á ser para mí, se me hubiera dado, á nadie mejor que á Ud. hubiera querido conmigo”. Agrega: “cuando supe la resolución de establecerla, escribí al Sr. Creel diciéndole que, dado caso que se continuara pensando en mí, no se me promoviese, pues por el hecho de haber terminado mi instalación aquí más bien me perjudicaría el ascenso”. A su juicio no se va a dar cambio diplomático alguno y, en tal perspectiva, considera más oportuno dejar para otra ocasión lo que Matty le pide. Pero “si desea que haga la recomendación”, puede confiar en que “tendré el sumo gusto de complacerlo” (img. 11).
El 4 de enero escribe al ministro de Hacienda José Yves Limantour, en París: se excusa por no haberse comunicado antes por motivos de salud y le felicita por año nuevo; luego, lamenta que su viaje y estancia en Lausanne “haya sido la quebrantada salud de su Señora”, doña María Cañas Buch. Más adelante se queja por no haber ido a París a presentarle sus homenajes: “por mala salud y desastrosas demoras de México en la remisión de mis sueldos”. Por esta última causa, también, está “todavía en la imprenta de Madrid la edición de las poesías del Señor Mariscal, para cuya terminación me propongo pasar á España en este mes ó en el próximo”.
Agrega: “Con el excelente libro de Díaz Dufóo (del que también he dado un ejemplar al Ministro de Hacienda Sr. Relvas) y sin ese libro, la personalidad de Usted es tan culminante y tan extraordinaria su labor patriótica, que sólo á Usted le podrá ser lícito imaginar que haya cometido errores. El grande, el lamentable, el trascendental error será el que una nación que á Usted le debe tanto no le obligue alguna vez á gobernarla”. Los alborotos que se han dado en México “anuncian gravísimas amenazas para el porvenir, y mucho es de temer que si no se da un paso franco á una sustitución pacífica de gobierno, el espíritu de anarquía llegue á ser indomable. Y mi opinión, por poco que valga, es que sólo Usted sabría seguir desarrollando una buena administración dentro de la legalidad más perfecta” (img. 12-13).
“Querido Victoriano: ¡Hételo ya repantigado en la subsecretaría! ¡Y yo que le hablaba de Noruega…!”. Le felicita por su nuevo cargo y le dice que va saliendo “de una larga y grave gripe”, además de encontrarse “sin un ochavo de rei”, ni siquiera para el simple correo. “Hasta HOY he recibido fondos de Londres”. Agrega: “Aborrezco quejumbres, y aún ellas serían para Ud. presubsecretariales; mas para darle idea de los aprietos en que me he visto, diréle que he estado á punto de que me cortasen la luz y el agua, bienes que rara vez niega Dios á los animalillos del campo”. A propósito del agua, asegura que es muy cara en Lisboa (img. 13) y relata una anécdota: “Cuentan las malas lenguas que una señora americana, cuya casa le mostré á Ud. una tarde en la Avenida, dijo una vez: «Como el agua es tan cara, cuando ponemos los sábados el baño, primero entra en la tina mi marido, luego yo, en seguida fulanita (su hija) y después el japonés que nos sirve y que no puede olvidar su costumbre de bañarse». ¡Y eso que el Tajo es tan grande!” (img. 14-15).
A continuación pasa a comentar los últimos nombramientos diplomáticos que —dice— “todos me expliqué desde luego, menos el de Castellot. Mi estupefacción fue puramente de sorpresa, y se me tradujo así: ¿De dónde le vendría á don Pepe meterse á diplomático, cuando para nada lo necesita? ¿No habrá probado noruegas en vida? Periódicos llegados después me han dado la solución del enigma y la confirmación de mi hipótesis, pues ya veo que su misión es temporal y lo sustituirá Béistegui”. Comenta su complacencia por el nombramiento de “Porfirito” y que es “una acertadísima galantería para el Japón”, aunque opina que hubiera sido oportuno un ascenso de grado militar. Alude también a Godoy y a Carlos Pereyra, de quien se muestra “muy justamente resentido”, aunque no puede olvidar “ni la estimación ni el cariño”; concluye: “este amigo que perdí para siempre, pues le vase est tout à fait brisé, no me hace olvidar un instante la reciente y dulce estadía de Jalapa que me traje un «Diario» de estos días” (img.15).
Afirma que está “contento” en Lisboa pero que no le hubiera desagradado la misión en Noruega y tampoco la posibilidad de Suecia. “Ni las bombas, ni la peste bubónica ni los diarios amagos del cólera, que he enfrentado impertérrito, me han librado siquiera de una triste y vergonzosa situación económica”, a pesar de los esfuerzos y buena voluntad de don Enrique Creel (img. 16). Externa su punto de vista tras haberse “formalizado la Legación”: “no sé todavía si quedo como encargado efectivo, que es lo indicado, ó interino como antes, lo que pugnaría con las prácticas y sólo transparentaría un disfavor en que por ningún modo puedo haber incurrido. Ya Ud. arreglará la madeja y váyase el pasado al olvido” (img. 17). Comenta sobre el reconocimiento de la nueva República no obstante que las naciones europeas se muestren renuentes a hacerlo (img. 17).
Pide que se le aumente a dos meses la licencia para viajar a Suiza, porque se siente urgido de “llevar á mi hijo [Manuel Dávalos] a algún colegio de Suiza” y “para atender un poco á mi salud en algún sanatorio” (img. 19).
Carta fechada el 14 de enero de 1911 dirigida a un amigo, donde le asegura los buenos sentimientos de Creel y Salado Álvarez que, sin duda, cuando haya una oportunidad, se la ofrecerán. Comenta en breves líneas la situación de Portugal, en esos días, con huelga de ferrocarriles y miseria creciente (img. 20).
También, en la misma fecha, escribe a José Salas Díaz, en Washington (img. 21-21 bis).
Nueva carta al ministro de Hacienda José Yves Limantour, en la que se defiende un tanto por el tono de su carta anterior que pudo resultar a Limantour “imprudente”: “no siendo por mi parte político ni pretendiendo, mucho menos, fantasear de politiquero, ruego á Ud. se olvide de una inadvertencia tanto menos intencional cuanto que no me imaginaba que tuviese Ud. la deferencia de referirse á ella”. Agrega: “Inútil decir á Ud. que leí con inmensa fruición su magnífico discurso. Desisto de decir más, porque en manera alguna pretendo molestarlo en seguir contestando mis cartas, las cuales no llevan más propósito que demostrarle la acendrada devoción de su inútil amigo y afectísimo servidor” (img. 22-23).
Al ministro de Relaciones Exteriores Enrique C. Creel, le da respuesta por “la amplia y circunstanciada carta de Usted fecha 25 de octubre último en la que se dignó exponerme con tan benévola deferencia, como noble espíritu patriótico, la sinopsis más completa, elocuente y grandiosa de lo que fue en México la celebración de nuestro Centenario [de la Independencia]. ¡Cuánto lamenté mi ausencia, en época única para los que hoy vivimos, de ese amado suelo y cuánto me sentí conmovido y gozoso por lo que esos festejos han solemnizado…!” (img. 26).
A propósito de la evolución histórica del país, desde la Independencia, concluye: “el Gobierno actual y la generación á que Usted pertenece son los cimentadores de esa prosperidad. Es prodigioso, pues, que en tan breve espacio de organización y trabajo México se haya definitivamente colocado á tal nivel de consideración y prestigio entre las altivas potencias contemporáneas”. Frente a esta realidad, “pasma, cuando no indigna […] la mala fe de revoltosos nativos y extranjeros perversos que hayan intentado y que aún persistan en provocar embrollos civiles ó externos”.Acusa recibo por la medalla del Centenario que le hizo llegar Creel: “la conservaré junto con la carta de Usted entre mis más queridos y valiosos recuerdos” (img. 27-28).
Al cónsul en Cádiz Leonardo Pietra Santa, le agradece “su fineza en comunicarme lo que hizo con Saborío, cuya imprevisión es de sentirse”. Luego le platica que está en vísperas de salir para llevar a su hijo Manuel a un colegio de Suiza y le gustaría aprovechar el viaje para encontrarse con Federico Gamboa, “en París, en Madrid ó en Bruselas”. Opina que la salida de éste de la Secretaría de Relaciones Exteriores pero no cree que le afecte ya que sus relaciones con Creel y Victoriano Salado son “íntimas y cordiales” si bien Gamboa “era el último jefe de nuestra guardia”. Se refiere a continuación al “verdadero prurito de reformas y no todas podrán ser bien maduradas; pero ese empeño pasará y confío por mi parte, conociendo el buen juicio del Sr. Creel y de Victoriano, así como la moderación de ambos, en que lo que una larga experiencia ha establecido habrá de mantenerse al fín y al cabo” (img. 29).
Agradece al cónsul en La Coruña Manuel F. Trascierra, los informes que le da del viaje de Federico Gamboa, y le anuncia que con seguridad lo verá en París.
Luego, con cierta alarma, le escribe: “No he comprendido á qué alude Ud. al referirse á María [Sagaseta de Gamboa]. ¿Acaso viene enferma de gravedad? Su temperamento es habitualmente delicado y mucho me temo que Bruselas, con sus eternas lluvias y variable clima, no le siente bien. Pero si la señora trae algún mal más serio, las consecuencias serían muy lamentables” (img. 30).
A Dionisio González, administrador de El Tiempo, da la queja de recibir la suscripción del periódico “no sólo con irregularidad, sino con mucho retardo, y con frecuencia falta el número ilustrado ó me llega repetido” (img. 31). Al mismo tiempo, da instrucciones de pagar la suscripción a la Compañía Bancaria de Fomento y Bienes Raíces (img. 32).
Fechadas el 24 de diciembre de 1912, aparecen varias cartas.
La primera a José Yves Limantour, en París, a quien tras desearle salud ya que sufrió cierta enfermedad en Londres que espera “no haya dejado huella”, dice: “Por mi parte, tiendo á incriminarlo a Ud. […]: tras lenta y discreta preparación política, pudo Ud. mejor que nadie, evitar la catástrofe nacional que era inevitable ocurriera. No lo hizo Ud.; no pudo hacerlo; no quiso hacerlo, ó la incongruente ley sociológica se lo impidió; todo es igual: ¡no se hizo! Ahora hay que estar con el criterio de todos: recobrar la paz, leve, ficticia, como sea”. Y añade: “Creo muy de veras que el gobierno se sostendrá, pero creo también que la moderación y el buen juicio no encontrarán asiento en varios años. Y aguardo con dolorosa impasibilidad, pero con la amargura de la impotencia, ¡lo que venga!”(img. 34).
La segunda carta la dirige a don Enrique C. Creel, con un lenguaje más suave: “Considero innecesario el ponerme nuevamente aquí a las órdenes de Ud., pues que bien sabe que en todas partes lo estoy y que siempre conservo recuerdos de sincero afecto hacia Ud.”. Sobre México comenta: “Perplejo ante las noticias, de continuo contradictorias, que me llegan por la prensa de México, me contraigo a anhelar el término de tantas perturbaciones”. Refiriéndose a su confirmación como encargado en Portugal, después de habérsele exigido la renuncia, comunica que ha trasladado a su familia de Bruselas a Lisboa, “y me he vuelto a reinstalarme más o menos como lo había estado” (img. 35).
Sigue una carta casi ilegible (img. 36), y luego, dos más con destino a la Ciudad de México: una de ellas para Fernando Pimentel Fagoaga, pidiendo su apoyo para que la Compañía Bancaria de Fomento y Bienes Raíces renueve el crédito que le había abierto por su mediación y que ahora suspende porque “no le conviene”. En ella también alude a que Pedro Lascuráin, Secretario de Relaciones Exteriores, le redujo “los viáticos que la ley señalaba” (img. 37) y habló sobre ello con el presidente Madero, quien, “con la espontaneidad con que hace patentes su buena fe y sentimientos de justicia, me ofreció, tomando nota del hecho, hablarle al Señor Lascuráin para que se efectuase el pago conforme a la ley” (img. 38).
La otra misiva es para Cecilio A. Robelo, director del Museo Nacional: se excusa por no haber respondido antes su carta y encargo, a saber, “el paquete con diez ejemplares del Negrito Poeta que para ser distribuidos aquí se ha servido Ud. enviarme por indicación del Dr. D. Nicolás León”; a este propósito añade que ha solicitado “una lista de folkloristas al ex–Presidente Teófilo Braga, a su vez el más activo y erudito recopilador de cantos populares de Portugal” y aprovecha para pedirle su Diccionario de Aztequismos” (img. 40-41).
Nota sobre la destrucción de Ayotzingo: en la prensa periódica de Lisboa apareció la noticia de que unos “rebeldes” habían destruido “la ciudad de Ayotzingo”. El Ministro de México recabó información de la Cancillería que telegrafió: “Noticia parcialmente cierta; pero Ayotzingo [es] pueblo insignificante”. “El Sr. Dávalos nos dice que se trata probablemente de un pueblecillo de muy escaso número de habitantes situado en el Estado de México, en las cercanías del Lago de Chalco […] y las bandas que merodean por esos sitios están siendo eficazmente perseguidas por las autoridades” (img. 42).
Contesta una carta enviada desde Ciudad de México, en octubre de 1912, por Eduardo Iglesias Aguilar, de El Mundo Ilustrado, excusándose por la demora en responder pero advirtiendo que “no he desatendido el encargo principal que en ella me hace”. En efecto, ha localizado un impresor “plenamente satisfactorio”; y precisa: “es madrileño, de media edad, buen aspecto, casado y padre de dos hijas pequeñas, competente en artes tipográficas y cuya apariencia revela modestia y honradez. Lleva como seis años de trabajar en los talleres del principal periódico de aquí O Século, como segundo en la dirección tipográfica y de grabado de la Ilustrãçao Portugueza de la que, por separado, envío a Ud. un ejemplar”.
Se lo recomienda “el Sr. Jorge Colaço, dibujante y caricaturista notable y uno de los artistas más inteligentes y honorables de esta ciudad” (img. 43), que sin duda sería muy útil en México como su director artístico, y cuya “esposa, dama distinguidísima y la mejor poetiza [sic] de Portugal [ Branca de Gonta Colaço], prestaría excelente colaboración literaria” (img. 44).
Al primer secretario de la Legación mexicana en Madrid, Salvador Diego–Fernández, comenta: “Agradézcole el aviso de un rumor más que probable. ¿De quién otro se podría disponer para Washington y qué mejor oportunidad para nosotros? Usted sabe bien que, aunque lamentando en el alma cambiar por densísimas nieblas las trasparencia de este cielo, Londres me seduce por distintos motivos, siendo el principal la educación de mis hijos. Pero veo verdes las uvas; vacilo en resolverme a pedirlas”. Sugiere, empero, que podría telegrafiar “al Señor su padre [José Diego?Fernández Torres] algo” a fin de que se le destinase a Lisboa, “enviando Dávalos Ministro Londres”. De ser así. “telegrafiaría por mi parte solicitando el puesto «si vacare». Entiendo que el Presidente [Madero] ha de estarme grato, pues publicó en El Diario del 31 de diciembre el contenido de una carta privada que le dirigí dándole cuenta de la satisfactoria manera como cumplí un encargo personal suyo para con el Presidente de este país”. Le pide mantener en incógnito esta correspondencia, envía saludos a sus amigos Icaza y Nervo. Concluye: “Me alboroza el anuncio de su nueva visita a Portugal” y le ofrece gustoso su casa para que en ella se hospede (img. 45).
Al gerente de la Empresa General de Transportes de Lisboa, reclama el alto costo de unos fletes y pide las “tabellas”, es decir, las tarifas de sus servicios (img. 46).
Extensa carta a Francisco I. Madero: “Muy respetable Señor Presidente: Aunque no he recibido respuesta a mi carta del 4 de diciembre próximo pasado, me ha bastado ver la publicación que hizo Usted de lo sustancial de ella en El Diario del día 31, para quedar gratamente reconocido a la evidente benevolencia con que la recibió. ¿Qué mejor contestación podría yo haber deseado?”. A continuación toca el punto de su eventual traslado a otra misión:
“Hoy me llega el rumor de que es muy posible que el Ministro en Londres vaya como Embajador a los Estados Unidos. Doy crédito a tal rumor, en consideración a que si no se recurre para la Embajada a Gamboa ni a Icaza, no queda más persona disponible que el Sr. Covarrubias, tanto por los cargos que ha asumido, como porque fue Encargado de Negocios en Washington. Además, enviar a aquel escabrosísimo puesto a personas extrañas a la diplomacia, suele ser más desventajoso que útil, pues por deficiente que pueda resultar allí un diplomático de carrera, tiene siempre en su abono la disciplina del oficio” (img.
47).
Sigue: “Por mi parte, he demostrado que las tres veces que estuve al frente de la Embajada, y una de ellas durante casi un año, que supe o me esforcé en desempeñarla eficazmente, lo mismo que nuestra Legación en Londres, la que también estuvo [en] dos ocasiones a mi cargo. Es evidente, por lo mismo, que soy, por lo menos, uno de los mejor preparados para volver a dirigir esa última misión y aún la misma Embajada, si bien es que a ésta no la apetecería ni siquiera orlada de brillantes” (img. 47-48).
Concluye a este propósito: “En la posibilidad de la vacante en Inglaterra, hoy me he permitido telegrafiar a Usted suplicándole que tome en consideración mis antecedentes y, agregaré aquí, los injustos y gravísimos perjuicios que me ha hecho sufrir la iniquidad de quien ojalá haya Usted acabado de conocerlo en toda su deslealtad y ambiciones” (img. 48).
Si bien está contento en Lisboa y que goza de “un clima delicioso”, sin embargo, a pesar de las “casi perpetuas brumas” londinenses, piensa en dos razones importantes para el traslado: “verme en un país donde sean, para el mismo Gobierno, más eficaces mis labores y donde pueda yo atender a la educación de mis hijos, cosa en Portugal imposible”. Sobre esta misma idea se extiende líneas adelante: “¿Qué utilidad ni qué conveniencia pueden hallarse en conservarme en un puesto en que mis aptitudes vejetarán [sic] adormecidas sin más provecho que el de la ostensible representación que me esfuerzo en mantener por ser tal el carácter inevitable de esta misión? ¿Y qué peligro podría existir en que ejerza funciones de real y eficaz importancia quien ha sido siempre fiel y escrupuloso en todas sus gestiones oficiales” (img. 48).
La carta sigue con una reflexión sobre las relaciones entre México y Estados Unidos con respecto a la política centroamericana. Dice: “El conocimiento directo que adquirí en Washington de esas cuestiones centroamericanas y del criterio inflexible con que las juzga el Gobierno de los Estados Unidos, no me deja lugar a duda respecto a los sentimientos con que recibiría el Departamento de Estado norteamericano la declaración de nuestra Secretaría de Relaciones. Esa interpretación del Protocolo de Washington es, sin duda, la justa; más aún: es la misma que sostuvo el Gral. Díaz quien, con ello, no obstante que guardó esa actitud cubierta de la mayor reserva, acabó por impacientar al gobierno de la Casa Blanca, cuya hostilidad se le desató por las circunstancias que mediaron y que conozco en todos sus detalles, dada la participación que tuve en ellos, para la caída del Gral. Zelaya”. (img. 49).
Comenta también que se debería de haber manejado la situación de otra manera: alargar la resolución, excusarse en la ausencia del Secretario de Relaciones Lascuráin y aprovechar la estancia de éste en Washington para sondear al gobierno norteamericano; seguramente, lo sucedido, fue que el subsecretario García sufrió las presiones del presidente Araujo de El Salvador y las del ministro de la Legación de este país en México (img. 50-51).
Cierra la carta dando acuse del telegrama enviado por el presidente Madero comunicándole “estar ocupado el puesto de Londres”, deseando que pueda vencer “los obstáculos opuestos a su Gobierno” (img. 52).
Recado a Lane & Cia., de Lisboa, sobre que entreguen a su hijo Manuel [Dávalos] la documentación pertinente para retirar de la aduana “las seis cajas con cristalería, porcelana y mármoles que me remite la casa de Murano y Cia. de Venecia” (img. 53).
Escribiendo a Miguel Díaz Lombardo, ministro de México en París, intenta aclarar ciertas molestias por la recepción o no de telegramas remitidos por esa Legación a Balbino Dávalos, que se refieren a la confusa situación que se vive en México. En cierto momento, el encargado de negocios en Portugal comenta:
“el país ha entrado, según todas las apariencias, en un período de franca descomposición social. Por fortuna nos enseña la historia que la paz queda mejor asegurada después de una gran revolución”. Luego, a modo de posdata, escribe a propósito de los sucesos de la llamada Decena Trágica: “Domingo, 16. Anoche, ya escrita la presente, recibí su telegrama de ayer. Veo en él el espíritu optimista del Gobierno […], pues la obstinación tiene que ser excesiva por ambas partes. Y dolorosísima, sin ejemplo, tener convertida una populosa ciudad [Ciudad de México] en campo de una batalla a cañonazos… ¡Qué indignación! y ¡qué vergüenza!” (img. 54-54 bis).
Descripción de siete cajas con mercancía remitidas el 31 de enero de 1913 al Ministro de México desde Liverpool a Lisboa en el Andorinha (img.
56-57).
“Querida Güera: ¡Cómo estarás, cómo estarán todos ustedes! Con viva angustia he pasado estos terribles días […] considerando sobre todo la proximidad en que estaban ustedes de la Ciudadela. Mucho nos temíamos también que te sorprendiera la espantosa trifulca en momentos de tu ya imperdonable maternidad; pero de este cuidado mío me sacaron los periódicos que informaron de tu rrrealumbramiento [sic]. Avísame cuanto antes qué ha sido de ustedes”. Más adelante lamenta: “Pobres de Gustavo y Pino, y pobre también del Chaparrito, ¡pero bien merecido se lo tenía! ¿Qué es poca cosa cubrir a toda una nación de sangre, desolación y ruina?... Si desgraciadamente fuere cierta la muerte del Gral. Villar, da mi pésame más profundamente sincero a la desventurada de Concha y a sus hermanas”. Finalmente comenta algunos nombramientos realizados por el nuevo gobierno: “Tengo conocimiento, por telegrama oficial que recibí ayer, del nombramiento de De la Barra y he sabido también del de Toribio Esquivel, ambos, como sabes, excelentes amigos míos. Si con el mismo tino se procede para constituir el Gabinete, la buena marcha de la administración será un hecho indudable” (img. 58-59).
Titulada como “personal”, carta a Francisco León de la Barra: “Muy querido y respetable amigo: ¡Paréceme que he salido de una horrible pesadilla! ¡Cuánto más horrendas no habrán sido las impresiones experimentadas allá!... Cada mañana, cada noche esperando con ansiosa impaciencia los periódicos, aquí, como en toda Europa, como en todo el mundo sin duda, atentos de tal modo a los acontecimientos de México, que los turco–balcánicos casi se olvidaron; deseando y temiendo las noticias; reputándolas falsas y sospechándolas exactas; imaginando los mayores desastres; doliéndose de parientes, amigos, de compatriotas, del porvenir mismo de la Patria… ¡qué nueve días de amargura, nerviosidad y angustia!”.
Agrega de inmediato: “Por fortuna el despertar ha sido una bendición y presiento en todo ese sacrificio de sangre una redención durable y cierta! Félix Díaz, Huerta, Usted, cuantos hayan contribuido con su valor con su entereza, con su abnegación ó con su vida para salvar a la Nación merecen el monumento más perdurable de la gratitud humana” (img. 56). Luego, muestra su satisfacción por la presencia de De la Barra en el Gabinete que hace “patente ante propios y extraños la indiscutible honorabilidad del nuevo Gobierno” (img. 60-61).
“Estoy, pues, agitado del mayor alborozo. Quisiera batir palmas, lanzar cohetes, dar fiestas, enardecer a Lisboa cantándole con la inspiración de Camoens, si la tuviera, la marcial epopeya de México; mas como no estoy aquí en semejante calidad épico–lírica, me abstengo a la tradición, habitual y persistente, que exige de los diplomáticos la condición de impenetrables esfinges, y sólo para Vedra (este pobre de Vedra por quien es fuerza interesarse cuanto antes) no escatimo ni entusiasmo ni comentarios”. Agrega: “los telegramas de Ud. que dí luego a los diarios de más circulación, me facilitaron el romper la reserva para esclarecer las cosas con datos oficiales” (img. 61).
Alude a continuación a una supuesta interview “no poco disparatada, agregando de su cosecha algunas palabras, justas en el fondo, pero siempre indebidas, contra el derribado gobierno. El caso me causó mucho desagrado, porque no pienso que sea necesario incriminar a los muertos para enaltecer a los vivos”. Concluye mencionando la carta que escribió a Madero en días pasados, “que desearía yo haya sido abierta y puesta en conocimiento de Ud., no porque me parezca de importancia, mucho menos ahora, sino porque trataba de un asunto de relativa importancia internacional” (img. 61-62).
Carta de felicitación a Félix Díaz porque “ha salvado Ud. a la nación del modo más heroico y al abstenerse, pudiendo ser el vencedor, de aparecerlo, se ha engrandecido doblemente. Pronto espero que vendrá para Ud. el triunfo definitivo en los comicios y así lo anhelo, no por miras de personal conveniencia ni siquiera por ser Ud. de los hombres de nuestros buenos tiempos pasados, sino porque presta todas las garantías de que será un gobernante enérgico y honrado que hará cuanto pueda por devolver al país su prosperidad perdida”. Recuerda cómo probó su “adhesión y fidelidad a su tío”, don Porfirio Díaz, “yendo a recibirle en Vigo, con perfecto conocimiento de que afrontaría con ello la venganza de un despotismo intruso. Presto vino ésta con todo su cortejo de iniquidades, que resistí largos meses y al aceptar, primero, el fracasado proyecto del Japón, y, posteriormente, mi reposición en un cargo legítimamente mío, lo hice, a la vez que obligado por mis deberes de familia, con la plena convicción de que mis servicios serían sólo para el país” (img. 63).
Comenta después: “todavía no comprendo cómo pudo el país verse sometido a un hombre cuyos actos todos únicamente obedecían a la más caprichosa inconciencia. Él mismo, por lo demás, en fuerza de su propia irreflexión, no hizo otra cosa más que preparar paso por paso su ruina y la de los suyos, pero desgraciadamente después de ocasionársela a la república entera […]. Haberle tributado, pues, funerales de honor, como se pensó en un principio, hubiera sido una generosidad reprobable” (img. 64).
Al ministro de México en Viena, el diplomático Gilberto Crespo y Martínez, se excusa por no haber contestado sus letras de octubre pasado a causa de las “molestias de reinstalación, primero, achaques después y luego todo el desaliento y preocupaciones por los tremendos sucesos recientes”. Sin embargo, le expresa, que no puede ocultarle que “largo tiempo he estado con algún resentimiento, extrañando de Ud. una o dos líneas en la época que fui víctima totalmente inocente del mismo villano que le usurpó a Ud. la Embajada”.
Escribe luego “¿No le ha maravillado a Ud. el estupendo, inesperado desenlace de la aventura maderista? Yo mismo, aunque ví las cosas de cerca y traté y conocí bien a esos hombres funestos, y salí de México persuadido de que todo se derrumbaba, nunca me figuré lo cruenta que sería la tragedia definitiva”.
Se duele de la muerte de Pino Suárez, “el mejor y más injustamente aborrecido de esos audaces usurpadores del poder público” (img. 65).
“No tiene Ud. idea de la inconsciencia que imperaba en la administración [maderista]. Era todo un tira y afloja de viles y personales intereses, y, como ocurre siempre, entre los que vendrán a quedar ilesos se cuentan los que fueron, sin disputa, los más merecedores de ejemplar castigo” (img.
65-66).
Añade sobre lo mismo: “Se le hubiera angustiado a Ud. el corazón como a mí, si hubiera conocido a esos hombres, en su mayoría sin entendimiento, ni aptitud ni escrúpulos, y los que de inteligencia gozaban, empleábanla sólo a saciar perversos apetitos. ¡Qué necios son los pueblos y cuán cándidamente se dejan engañar! Lo peor de todo es que la perturbación llega hasta el más bajo fondo de las clases populares, donde será difícil extinguir los gérmenes de un socialismo sui generis, basado en el pillaje, la destrucción y la concupiscencia. Pero como domina vivo afán de reposo, creo que será posible una reacción benéfica […]. Por lo demás, consumados los hechos, y segada de raíz, aunque no totalmente, la mala yerba [sic], más vale olvidarse de esa horrenda pesadilla nacional, que ojalá no torne a amenazarnos en nueva forma” [img. 66].
Carta al nuevo ministro de Justicia don Rodolfo Reyes: “Muy querido Rodolfo: A la vez que lamenté la muerte, infinitamente dolorosa, del señor su padre, hube de lamentar la de usted, pues todos los telegramas que publicó la prensa europea por esos días, la consignaban”. Después llegaron nuevos mensajes que precisaron la muerte del general pero no la suya.. Confiesa que también había temido que los tres hermanos —Bernardo, Alfonso e incluso Rodolfo—,“hubieran sucumbido a un primer arrebato de desesperación” (img. 67). Continúa: “¿Recuerda usted cuán confuso y sin solución nos parecía todo la noche que hablamos en nuestra librería favorita?... La crisis reciente ha resuelto el problema con éxito que me parece indudable, ¡pero a costa de cuántos desastres! Y cuántos males se hubieran evitado sin la obsesión de ese pobre demente que se encaprichó en precipitarse a la ruina más trágica” (img. 67-68).
A continuación alude a unas cartas que escribió desde Lisboa a José López Portillo y que éste le sugirió guardar “como documentos históricos”. En una de ellas, del 27 de agosto de 1911, había escrito: “Voy á procurar exponer á Ud. mi modo de ver en asunto de verdadera entidad, como lo es nuestra situación política. En mi sentir, es indispensable que triunfe á todo trance la candidatura del Sr. Gral. Reyes para que haya sosiego y quede garantizado el bienestar de la nación” (img. 68).
Líneas adelante de esta carta suya a López Portillo que está transcribiendo, expresa su opinión sobre Francisco I. Madero, aunque dice que le conoce personalmente: “No creo que el gobierno del Sr. Madero resultase eficaz, sino antes bien peligroso, así para el país como para el mismo candidato. Más tarde podría recibir amplia compensación y premio á su extraordinario triunfo, cuando al frente de un Estado de importancia ó con algún otro cargo significativo, desarrolle y haga patentes sus dotes de verdadero gobernante”. Anticipa tales juicios, porque “aquí estoy observando día tras día, gracias á la maravillosa fortuna que me deparó el presenciar el nacimiento y primeros pasos de una interesantísima república, que no son los redentores los mejor aprovechados… ni deben serlo, en realidad” (img. 69).
Ahora, tras los acontecimientos vividos, “creo que a quien debe corresponder la presidencia es á Félix Díaz, en quien, sobre el valor y energías que ha desplegado, existen altas cualidades de prudencia, honradez y firmeza” (img. 69-70). Sentencia: “La vida moderna reclama una rápida evolución en lo más esencial de los sistemas de gobierno. Ojalá que quien resulte electo se penetre bien de esa tendencia formidable y encamine al país hacia una administración netamente civil y sostenible”. Concluye con estos renglones: “En cuanto a usted, mucho deseo que no se engríe con ese Ministerio ni otro alguno, sino que lo cambie, al punto como fuere legítimo hacerlo, por la gobernación de Jalisco, de donde partiría, aunque usted no lo busque, el camino directo e indefectible hacia mayores cumbres” (img. 70).
Carta a Toribio Esquivel Obregón que comienza contando la manera en que tuvo “el gustazo colosal” de enterarse de su nombramiento como ministro de Hacienda: fue en la tabaquería lisboeta llamada La Habanera que tiene una especie de información cablegráfica para sus parroquianos”. Dice que ya había recibido previamente de modo oficial el nombramiento del Secretario de Relaciones Exteriores, pero el de Hacienda lo supo por el mensaje llegado a la tabaquería. Comenta a este propósito: “en el acto traduje el nombre de usted de este logogrifo: «Hacienda Esquevobregon». Nuestro regocijo fue grande y desde luego me propuse expresárselo, sólo que a poco me enfermé por largos días” (img. 71).
Alude luego a los muchos telegramas y noticias recibidos desde México o publicados por la prensa internacional sobre los trágicos sucesos ocurridos. “¡Qué horror pero qué gloria! Afortunadamente el desenlace ha sido tan inesperado como definitivo y el escarmiento eficacísimo”. Por cuanto no conoce al General Victoriano Huerta, le ruega su mediación para que “le expresé mi entusiasmo por su patriótica resolución de salvar a la República en momentos de una crisis suprema” y, aunque el fin del maderismo “por humanidad se lamente, ha sido un acto de providencial castigo” (img. 72).
Carta de Balbino Dávalos dirigida a Murano y Cía., de Venecia. Alude a ciertas piezas de cristalería y mármol que les compró y que llegaron a Lisboa fracturadas o deterioradas: entre éstas, copas de diversas clases, estatuillas —Safo, Apolo y Dafnis— (img. 73).
Fechada en “Lisboa, 1 de Abril del Sr. Año del Centenario y, por antonomasia, «Hecatombal»”, Balbino Dávalos escribe una carta a su “querido Fritz”.
“¿Qué te ha parecido la colosal tragedia del maderismo? Para mí, cruenta como fue, veo en ella un ejemplarísimo castigo de la Providencia. A su desenlace, mis angustias se convirtieron en júbilo, pues si más duran esos nefastos y desventurados hombres adueñados de la nación, la total ruina de ésta era segura.
¡Pobre Pino!... ¡Pobre Gustavo!..., a ambos los he compadecido de veras, pero no cabe duda que ellos mismos se precipitaron al abismo. Mi convicción, ahora, es que la mejoría vendrá pronto. Debe sentirse hartazgo de sangre y afán de sosiego y de paz”. Concluye: “Con todo lo ocurrido, tienes tema estupendo para otra novela. Empréndela cuanto antes” (img. 74).
Escribe a Manuel González Horn, “muy querido compadre”: “¡Tus previsiones se han cumplido con exageración estupenda! Espero, al menos, que no te llegaría la metralla hasta tu refugio de Santa María”. Se refiere a los “acontecimientos pasmosos” de la Decena Trágica y de cómo ha estado pendiente de las noticias que le llegaba, sobre todo, a través de la prensa —“la atención sobreexitada [sic] del mundo estuvo fija en México”, dice—. “Así pues, devoro los periódicos que van llegándome, y la escasa esperanza de que las noticias cablegráficas hubiesen sido abultadas, naufraga en la turbulencia de lo sucedido. Si tienes tiempo y humor, cuéntame algunas cosas que El Imparcial y El Diario hayan omitido y aclárame misterios”.
“Como no me ha sido devuelta, quizás la hayan abierto, lo que, dado su contenido, más me agradaría que inquietarme, pues lo principal de ella se concretaba a precaverlo contra nuevas torpezas internacionales, como la que cometió en hacer pública la actitud de México con motivo de la intervención en Nicaragua” (img. 75-76).
Se refiere a continuación a su propia vida: “creo que ni me inquietarán, pues que no habría motivo, ni tampoco me ascenderán, cosa que en realidad ambiciono bien poco. Lo único que contraría grandemente al estar aquí, es la imposibilidad de que Manuel [Dávalos, su hijo] continúe sus estudios.
Ni puedo sostenerlo fuera de aquí ni él puede aquí hallar los medios de concluir su carrera, cosa que anhelo darle para que se libre de la triste vida de dependencia que me ha tocado, en la cual aún las mayores satisfacciones siéntense amargas. Sólo, pues, por el bien de Manuel te ruego que, si tuvieras manera de hacerlo, induzcas a que me pongan en mejor ó más favorable sitio, aunque fuere en Rusia, ya que podría dejar a mi familia en Berlín” (img. 76).
Expresa su estado de ánimo, por cuanto se siente lastimado que “en Relaciones no tengan en cuenta ni mis servicios, ni mis aptitudes, ni menos todavía mis derechos de antigüedad y precedencia”. Cuenta que su hijo Manuel, “desesperado de perder el tiempo […], ha escrito a de la Barra pidiéndole el nombramiento honorífico de agregado a esta Legación. Como esto no significa nada, lo dejé hacer; pero antes de de verle convertido en magnífico diplomático, para lo cual tiene cualidades de sobra, lo quisiera un magnífico vendedor de alverjones” [sic] (img. 76-77).
Le anima a viajar a Europa “antes de que el salvajismo de guerras inminentes lo reduzcan totalmente a una colección de desventuradas Turquías. La decantada civilización moderna ha tirado la careta y la gloriosa diplomacia del equilibrio europeo, con toda su pomposidad y preponderancia, ya no piensa sino en malencubrir sus fiascos.[…]. Lo grave es que cuando menos se piense podrá no haber para la gente pacífica rincón seguro donde meterse. Apresúrate, pues, a aprovechar el tiempo que aun falte, que bien vale la pena”. Alude a Don Porfirio quien “se ha engreído por acá […] y da cortésmente las gracias cada vez que se le invita a volver”.
Luego apunta que “le han escrito de México al Ministro de Nicaragua aquí acreditado, que a Madero y Pino Suárez […] se les fusiló en el interior de palacio y sus cadáveres fueron en seguida trasladados en automóvil a la Penitenciaría” (img. 77).
A propósito del informante, agrega un último comentario de éste: “Sin opinar sobre ello, sólo diré a Ud. por el conocimiento personal que de Madero tenía, que si hubiera sido puesto en libertad, como al principio parece que se pensó, ya estaría en la frontera, donde siempre recibió ayuda de los americanos, fomentando nueva revuelta, y que, de haber quedado preso, mientras se le juzgaba, quedaba una bandera que enarbolarían sus partidarios y hubiera sido muy difícil consolidar la paz” (img. 77-78).
A continuación aparece la carta que dirige al oficial mayor de la Secretaría de Relaciones, Licenciado Antonio de la Peña y Reyes: “Mi querido Antonio: Con el mayor gusto veo tu firma, como Oficial Mayor, al calce de algunas notas que van llegándome […]. Mis felicitaciones más cordiales, las que, a decir verdad, estaba pendiente de enviártelas como a Secretario de Gobierno, cuando menos, del Estado de México”. Alude a continuación a Carlos Pereyra —“Pereira”, escribe—, de quien, dice: “Su nombramiento, que me sorprendió más que el tuyo, me parece justo y, sobre todo, una bien merecida compensación a sus grandes sufrimientos pasados, pues para pensar de los hombres y de las cosas, siempre me sobrepongo a mis resentimientos. Mas como lo conozco incongruente de carácter y nada poco apasionado […], nada me extrañaría que siga teniendo el corazón a nivel muy inferior al de su inteligencia” (img 79).
A continuación anuncia la publicación de Musas de Francia. En postdata, recomienda a un tal “Juan Pablo, quien arrebatado y todo, es un buen amigo, inteligente y útil”(img. 80).
Dirigiéndose al Director General de Correos y Telégrafos de Portugal, le comunica que, no obstante que éste le escribió no haber recibido telegrama alguno dirigido a él, procedente de México, los días 21 y 22 de febrero pasados, “tengo la pena de manifestar a V.E. que seguramente ha sido mal informado”, por cuanto el 22 de febrero recibió de México un telegrama que decía: “Sr. Lic. Francisco L. de la Barra tomó hoy posesión Secretaría Relaciones”. Añade:
“Posible es que la persona encargada de la investigación no haya tenido en cuenta que los mensajes oficiales no vienen dirigidos a mi nombre, sino a la «Legación Mexicana», y, por lo mismo, el error efectuado puede haberse repetido con respecto al otro mensaje” (img. 81).
El 31 de marzo de 1913, Balbino Dávalos escribe al Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra: “Muy querido Pancho: (pues no es al Ministro a quien escribo, sino al bueno y cariñoso amigo). He vacilado mucho en enviar la nota adjunta, para que no supongan los mal pensados, si los hay, que pretendo baños de agua rosada. Ruégole que le dé curso o la destruya, según lo decida, a cuyo efecto la numeré con la cifra bis. Tan ajeno estaba yo de buscar un triunfo ante el Sr. Madero, que la tracribirle [sic] en extracto mi conversación con el Presidente Arriaga, suprimí todo cuanto yo dije, que no fue escaso, con respecto a las hipótesis históricas sobre nuestros antiguos orígenes, por lo que tanto interés me mostraba dicho último señor; y me contraje a reproducir lo que él me expresara, cuidando escrupulosamente de no atribuirle, enmendarle ni disminuirle nada en su pintoresco lenguaje de esa vez y de siempre, donde no hubo tampoco ninguna frase lisonjera para el Sr. Madero, sino sólo para México y para mí, cosa ésta que procuré atenuar; de suerte que nunca supuse que el funesto autor de nuestras desventuras nacionales pensara en publicar un documento en donde únicamente se le daban las gracias” (img. 82).
Alude a continuación a su hijo Manuel Dávalos Anaya, quien “desesperado de no poder continuar sus estudios en Bélgica por la estrechez en que aún estoy, ni siéndole factible que los prosiga aquí, ha escrito a usted solicitando el nombramiento de agregado”. A este propósito expresa que “mejor le quisiera ingeniero capaz, como él lo pretende, o famoso productor de salchichas, que repampirolante [sic] diplomático” (img. 83).
Concluye: “Sólo por esta interrupción en los estudios de Manuel, créalo usted, me duele verme aquí, donde de buena gana quisiera pasarme largo tiempo.
Lugar quieto, gente agradable, clima delicioso… ¿qué más puede desear quien no ambiciona notoriedad ni turbulencias?” (img. 84).
Sin destinatario —sólo un “mi querido amigo”, al inicio—, aparece una carta donde comenta con brevedad los últimos sucesos y pone en evidencia sus planteamientos políticos: “De lo pasado, ya ni qué hablar, pues se ha vuelto historia vieja. En cuanto a más ensayos de socialismo en México, ¡Dios nos libre! En ese punto, estoy chapado a la antigua, hallo esas teorías disolventes y júzgolas funestas, sobre todo cuando se cambian en sindicalismo”. Cita a Gustavo Le Bon, “uno de los que están más en lo justo”, y recomienda la lectura de “sus dos últimos libros” (img. 85).
Líneas adelante, le comenta que no tiene más amigos en París que el consejero de la Embajada Española en Francia, el marqués de Güell, “primo del Rey Alfonso XIII”. Si desea visitarle, con gusto le escribirá: “El Marqués es hombre excelente y nos queremos de verdad. Asimismo considero mi amigo a Bernardo Calero” (img. 86).
El 3 de abril de 1913 escribe a don Telésforo García: “Mi muy querido y admirado amigo: de las varias cartas que he formulado para usted en la imaginación, no hay que hablar: dejáronlas en la irrealidad del propósito ya las interrupciones imprevistas, ya los quebrantos de salud, ya meras inquietudes y desmayos de la voluntad, nerviosa todavía por el solaz de la conversación epistolar. A los pasados sinsabores, sucedió la gran consternación de febrero: día tras día la metralla telegráfica nos perforaba el ánimo hasta que llegó la consoladora nueva de la salvación nacional. Si esto sentimos los ausentes, ¡qué de impresiones no asaltarían a ustedes!”. Luego comenta sobre temas de actualidad: “El fin del maderismo, tan previsto como lo teníamos muchos, rayó en lo inaudito; con él creo que habrá perecido su funesta influencia, y en el afán de sosiego que habrá ahora, podrá recobrarse la esperanza. Esa ovación con que acaba de saludarse al Presidente [Huerta] en la apertura del Congreso [de la Unión] me traduce la unanimidad de sentimientos y el entusiasmo general que impondrán la pacificación sobre los rebeldes que aún resistan” (img. 87).
También expresa: “las primeras noticias de lo acontecido, que comenzaron a circular aquí la tarde misma del día 9, me sonaron a trompetas y clarines de bienaventuranza” (img. 88).
El 12 de abril escribe a Amado Nervo que ya sabe a ciencia cierta que se encuentra en Madrid gracias a una carta que le escribe Federico Gamboa: “Algo nos consuela la aseveración de Pancho Icaza y Amado me han hecho de que Rafael [Alcalde] tuvo aquel mismo día una especie de fiebre cerebral”. Avisa que decidió retirar su manuscrito de manos del librero recomendado por Nervo —“tu amigo Gibes o Gibbes, no recuerdo su ortografía…”—, por dos motivos: “no porque me pareciera poco la oferta de 250 francos, cantidad misma que me hubiera hallado dispuesto a renunciar, sino porque me pareció ver en ello un pretexto, desde el momento en que pedía se le dejase tiempo indefinido para la publicación. De suerte que he acabado por resolverme a continuar siendo mi propio editor, y lo único que buscaba, que era la propaganda, no es posible” (img. 89).
Sobre los sucesos de México, repite una vez más sus impresiones: “Por lo que toca a la trágica aniquilación del maderismo, ¡Dios sea loado!”. Lamenta la muerte de Pino Suárez y Gustavo Madero, quienes no merecían en primer lugar “el odio”. Para Dávalos, “el loco, el criminal, el destinado a rodar al abismo con todo y con todos fue ese funestísimo demente a quien le imbecilidad popular convirtió en héroe de un día”. También recuerda al exsecretario de Relaciones Exteriores Manuel Calero y Sierra: “Inútil decirte que el canalla máximo se llama Calero” (img. 90).
El mismo día 12 de abril escribe al Ministro de Relaciones Exteriores don Francisco León de la Barra. Ante todo lo felicita porque “nuevamente ha sido usted padre afortunado”. Le informa que ha recibido “varias cajas de libros que por más de cinco años estuvieron en los Almacenes de Depósito.
Como no tengo estantería, sólo una he abierto, donde encontré un folleto de Don Eduardo de la Barra, perteneciente a usted. Recordando que fueron cuatro o más los que me prestó usted hacer larguísimo tiempo, y calculo que deberán hallarse en las otras cajas, tan pronto como los encuentre, tendré el gusto de remitírselos en paquete certificado” (img. 91).
Con carácter de “reservada” escribe Balbino Dávalos a Enrique C. Creel: “Muy respetable y fino amigo: Las desoladoras palabras que sobre la situación política de entonces me escribió Ud. con fecha 18 de enero, me dejaron en nerviosa espera de acontecimientos gravísimos; nunca, sin embargo, supuse ni supondría nadie la crisis sangrienta de febrero, cuyo resultado, afortunadamente, augura un restablecimiento del orden, casi seguro”. Expresa lo que vivió a la distancia: “En mí hicieron tal mella los reiterados y alarmantísimos telegramas de entonces y mantuvieron mi ánimo en tensión tan continua, que me enfermé seriamente” (img. 93).
Acto seguido, le informa que “revisando el archivo de esta oficina, en la parte correspondiente a la época en que dejó de estar a mi cargo, he encontrado los comprobantes de órdenes telegráficas y por correspondencia dirigidas a mi antecesor para evitar que se diese el nombramiento de Cónsul honorario a un hijo de Ud. El Gobierno portugués, que había expedido ya el nombramiento, se resistía, pero tuvo que ceder a las instancias del Sr. Lascuráin. Parece mentira que se hiciesen trascender los odios políticos ¡hasta el conocimiento de un gobierno extranjero! Si yo hubiera estado aquí, habría hecho notar la inconveniencia de ese paso que no podía significar para nuestras autoridades sino una exhibición de innobles e improcedentes maquinaciones” (img. 93-94).
Alude a su historial diplomático al tiempo que se lamente del estado económico que se encuentra, que le hace imposible “seguir sosteniendo en Bélgica donde progresaba ventajosamente en sus estudios”, a Manuel Dávalos, su hijo. Comunica asimismo la próxima publicación de un nuevo libro suyo, “si una casa editora de Madrid, con la que estoy en arreglos, me toma en firme un número de ejemplares suficiente para cubrir el importe de la impresión, lo que no desespero en conseguir”. Además, le dice, que “vendrán pronto otros libros, dos de los cuales están casi concluidos; pues mi único aliciente y distracción actuales son mis trabajos literarios” (img. 95).
El 10 de abril de 1913, escribe a “mi querido Vicente”. “Por enfermedades recientes, no contesté a su grata del 20 de enero con la eficacia con que lo hizo Ud. a mi tarjeta”. Después de algunas consideraciones sobre los trágicos sucesos pasados, aborda su difícil situación económica y como la Tesorería no ha regularizado su pago, debiéndole todavía el mes de octubre de 1912. “¿Querrá Ud., pues, arreglar ese asunto, si cuando le llegare mi carta aun no lo estuviere?” (img. 96-98).
Fuera de lugar, por cuanto está fechada el 12 de mayo de 1913, Balbino Dávalos escribe a su “querida Virginia”, a quien contesta la carta escrita el pasado 17 de abril. “Nadie sabía de tus males; ni Eladia ni Fernando que me han escrito recientemente me han dicho más sino que te comunicaron un recado mío sobre el cobro de tu mesada. Siento mucho tu enfermedad y dime si has convalecido del todo”. A continuación escribe: “Me sorprenden y hallo exageradas las palabras del Sr. Mariscal que me trasmites, pues él nada me ha comunicado. Mi asunto de la Cía. Bancaria está en vías de arreglo, y en carta de hoy les recomiendo cobrar las rentas que se hallan pendientes y efectuar pagos, o poner dichas rentas a disposición del Sr. Mariscal. Vuelve, pues, a dicha Compañía para saber su resolución, ya sea allí o de manos del Sr. Mariscal espero que recibirás las mesadas que no hayas recibido, mientras puedo proporcionarte algo más”.
La previene para evitar demoras en el correo: “Tu carta la dirigiste indebidamente a Bruselas, de donde afortunadamente me fue trasmitida como verás por el sobre, naturalmente con retardo mayor. Para que no haya extravíos, cuida sólo de agregar después de mi nombre, estas palabras: Ministro de México. Lisboa, Portugal”. Concluye: “Nada me dices de las Yzaguirres. ¿Qué pasa con ellas?” (img. 99).
El mismo día escribe al Gerente de la Compañía Bancaria de Fomento y Bienes Raíces: asegura no haber contestado antes porque esperaba una comunicación de Alonso Mariscal y Piña acerca de “cuáles son las proposiciones que ofreció hacer a ustedes para la cancelación de mi pagaré”. Sin embargo, al percatarse —por la prensa de México— que Mariscal “salió en comisión para los Estados Unidos, procedo a remitir a Uds. el adjunto cheque para cubrir parte de mi adeudo, manifestándoles que confío poder enviarles el resto dentro de pocas semanas. Creo ser éste el mejor medio de saldar el pagaré, pues por cartas del Sr. Dn. Fernando Pimentel y Lic. Duret he sido informado que no se logró obtenerme un pago del Gobierno, que considero subsistente”.
También escribe: “Encarezco a Uds. que, sólo provisionalmente y mientras encargo a alguien hacerlo, se sirvan cobrar las rentas de mi casa de Chapultepec y efectuar los pagos pendientes, o bien poner dichas rentas a disposición del Sr. Mariscal y Piña, a quien ya me dirijo sobre el particular. Asimismo les ruego me manden un balance de mi cuenta para proceder a su liquidación”. En posdata, escribe: “Anexo: Un cheque por 250.00 dollars” (img. 100).
El 23 de mayo de 1913 escribe a Francisco León de la Barra, ministro de Relaciones Exteriores: agradece sus gestiones para que se le enviase la remesa de mayo “con los sueldos del mes de octubre”, pero si bien recibió la remesa, los sueldos atrasados no han llegado. Le avisa que ya envió los folletos de Eduardo de la Barra de los que ya le había hablado en carta anterior. Agrega: “Próximamente enviaré a Usted la colección de mis traducciones de poesías francesas que tengo en prensa bajo el título de Musas de Francia. Gracias a que un librero me toma ejemplares por un importe aproximado al costo de la edición, es ya factible la aparición de ese libro de larguísima y paciente labor literaria. Le seguirá, si me fuere posible, el de mis versiones de otras lenguas, que hubieran hecho desproporcionado este volumen” (img. 102).
A continuación varias copias al carbón sueltas, donde alude a asuntos varios. Subraya la calidad y dignidad con que ha establecido la Legación de México en Portugal, donde sin recursos ha dado dos recepciones a las que asistieron las esposas del Presidente de la República y de otros ministros, y todo el cuerpo diplomático. No obstante ello, vino a Lisboa Luis Cabrera, “¿qué le pudo impedir buscarme? ¿suponer que le atribuyese andanzas políticas?. Si tal fue, ignora seguramente que aborrezco las funciones de polizonte” (img. 107).
Una vez más comenta la trágica muerte de Gustavo Madero y sus propios sentimientos: “Si son ciertos los informes particulares que me han llegado, en la muerte de Gustavo se empleó un lujo de crueldad abominable. ¡Cómo no me hizo caso cuando le instaba para que apresurase su marcha a Japón! No recuerdo si le he dicho á V. en alguna [carta] anterior, que el mismo día que publicó la prensa de aquí un telegrama noticiando la muerte de aquel amigo nuestro, me llegó carta suya, en que me decía entre otras cosas: «Ya ha quedado definitivamente fijada nuestra salida para el Japón el próximo día 18 de febrero, embarcándonos en San Francisco el día primero de marzo». ¡La carta era del 31 de enero!” (img. 108). En el párrafo siguiente escribe: “Por esos mismos días un periódico de aquí publicó algunas palabras inconvenientes relativas al mismo Gustavo, contra las que protesté, enviando copia de todo, con mi habitual independencia de carácter, en carta particular á de la Barra, quien, en su respuesta, omitió aludir al asunto, cosa por lo demás bien natural” (img. 108). Concluye haciendo una confesión de fe política: no obstante sus simpatías personales por los hermanos Madero, “nunca fui maderista ni podía serlo” (img. 109).
Pésame a Agostinho de Sousa, cónsul de México en Oporto por el fallecimiento de un hermano, noticia que le dio el Sr. Vedra (img. 110).
El 14 de julio escribe a Manuel F. Trascierra, cónsul mexicano en La Coruña: “El día 20 o 21 pasará por ese puerto, en el Corcovado, nuestro Jefe queridísimo Federico Gamboa” a quien manda saludar y presentar sus respetos como “nuevo Ministro de Relaciones”. También le anuncia que envía un paquete por correo con “un busto de terracota que Federico me recomendó mandarle de Lisboa”, alguna correspondencia “y quizás un paquete de libros” (img. 111).
El 21 de julio de 1913 escribe a su “compadre” Joaquín D. Casasús, quien se encuentra en Carlsbad. Lamenta las noticias que le proporciona sobre su salud y, sobre ello, propone: “en el norte de este país [Portugal] hay buenos balnearios cuyas aguas son de radioactividad muy marcada. Vidago, por ejemplo, goza de mucho crédito y tiene un buen hotel. Por la misma región está Bussaco, uno de los lugares más deliciosos que conozco para reposo del cuerpo y del ánimo, y a donde quizás iré a veranear si no me veo obligado a hacerlo en lugar menos distante”. Le anuncia que ya salió Musas de Francia y “si ninguna catástrofe me lo impidiere, aparecerán presto Nieblas londinenses y De otros Parnasos, enteramente listos para la imprenta” (img. 112). A continuación trata del arzobispo de Calcedonia: “El Sr. Arzobispo, todavía en Oporto, ha estado siendo víctima de una campaña periodística, originada en realidad por su acatamiento a las leyes republicanas, campaña que no creo le pueda producir serios desvelos” (img. 112-113). Alude a su situación personal: se siente a gusto en Lisboa, no quisiera traslado alguno pero le preocupa la situación de su hijo Manuel, con sus estudios suspendidos, ante la falta de recursos ha disminuido gastos personales y de la Legación: “sólo dí en este año una recepción oficial y otra social” (img. 113).
El 17 de julio anterior había escrito al obispo y poeta Joaquín Arcadio Pagaza, “mi muy querido Señor e inolvidable amigo”. “Hoy me entregan los primeros ejemplares del libro que por separado le envío y que deseaba dedicarle. He suprimido, sin embargo, la dedicatoria impresa, reflexionando que la haría incongruente el carácter de algunas composiciones que contiene, por mucho que no sean originariamente mías”. De inmediato pretende curarse en salud; escribe: “Con la impresión reciente de esa especie de ictericia moral que produce la revisión de pruebas, en esta vez más enfadosa por habérmelas con cajistas portugueses, el libro se me antoja detestable y me causa horror abrirlo, de suerte que ya no quise saber si subsistieron erratas de alguna entidad”. Recuerda la situación en México, esperando que no hayan sufrido daños el Obispo, y los suyos y agrega: “Por mi parte, me siento agotado de fuerzas por la incertidumbre de todo y encuentro vano buscar alivio en la divagación literaria que antes me cautivaba” (img. 114).
Desde Lisboa escribe a la Librería de Fernando Fé, en Madrid: “Muy Sres. míos: Nuevamente establecido en Lisboa, agradeceré a que se sirvan enviarme una nota del saldo actual de mi cuenta y continúen remitiéndome las publicaciones que me servían Udes.”, a saber, Biblioteca de Autores Españoles “que tengo recibidos hasta el tomo 18”, el Tesoro de la Lengua Castellana de Cejador, que ya recibió los tres primeros volúmenes, “en cuanto al Dic. de Seguí, ya escribiré a Uds. en cuanto revise lo que me falte”. Luego les propone la distribución en Madrid de sus Musas de Francia, y pregunta “cuántos ejemplares les podré enviar” (img. 115).
Carta al cónsul mexicano en La Coruña: agradece su tarjeta y carta, además de los servicios que le prestó con motivo del paso de Federico Gamboa por ese puerto. “Respecto al busto, si aún no lo recibe Ud., quizás sea preferible devolverlo a la casa remitente, pues siendo objeto de poco valor, sería excesivo el costo de transporte a México”, pero puede guardarlo y entregarlo en el futuro a algún pasajero que viaje a México, o también, “dadas las imprevistas complicaciones que nuestra situación política ofrece cada día, no juzgo imposible el regreso de Gamboa a Europa”. A su propósito comenta: “Compadezco hondamente a Federico, por más que espero que su independencia y su carácter lo salvarán”. Termina aludiendo a Francisco León de la Barra (img. 116-117).
Nueva carta a la Librería Fernando Fe, de Madrid: anuncia el envío de un cheque por cien pesetas —seguramente, al ser informado de adeudos en su cuenta—.
Pregunta si han vendido más ejemplares de Las ofrendas, encarga libreto en español y partitura de la opereta El Conde de Luxemburgo, “y los tomos publicados de una gran edición de Quevedo que está haciendo, según me parece, la casa de Hernando”. Concluye pidiendo “la dirección actual de los Sres. Julio Cejador y Frauca y Miguel de Unamuno” (img. 118).
El 2 de octubre escribe a Francisco León de la Barra, “ministro de México”, en París. Le felicita “por su arribo a París, su nuevo y brillante puesto y la perspectiva, más brillante todavía, de la Embajada próxima”. A continuación escribe: “La noticia que de oficio acaba Usted de comunicarme sobre la represión del movimiento revolucionario, que ojalá sea un hecho definitivo, me alijera [sic] el espíritu de las agudas y largas inquietudes que tanto me angustiaban. Sigo, sin embargo, temeroso que el retardo de elecciones a que se refiere un telegrama de la prensa de hoy promueva nuevos conflictos” (img. 119).
A Alfonso Mariscal y Piña escribe el 24 de octubre siguiente: sabe por Virginia que le iba a escribir pero todavía no recibe esa carta, de todos modos, cuando llegue, le dará respuesta. Le avisa que ya pagó su adeudo con la Cía. Bancaria y queda liberada la renta de su casa de Chapultepec; por eso, le solicita que cubra a Virginia “su mensualidad […] y si no fuere suficiente, me haga favor de decírmelo para ver de remediarlo”. Luego le comenta que no juzga oportuno vender la casa “en que ha pensado V., según me escriben”. Anuncia el envío de “un ejemplar de lujo de mis Musas de Francia que hace poco ha aparecido con ayuda de un editor benévolo” y que es el tercero que manda a México (img. 120).
Manifiesta su preocupación por Federico Gamboa: “quien, a lo que presumo, no reflexionó bien que su candidatura, aunque triunfara, no lo llevará a nada bueno en tiempos tan anormales. Aun la victoria de Félix Díaz, que se antoja la más tranquilizadora, no me parece probable y […], creo que lo mejor por el momento sería la prolongación del actual gobierno mientras no se obtenga la paz” (img. 121).
A propósito de Norteamérica, escribe: “Esa misma actitud de los Estados Unidos, que por acá no cuenta con ningunas simpatías, lo reclama, pues importa oponer a sus exigencias nuestra vol
Caja no. 5, exp. 13, 49 ff.
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